lunes, 8 de febrero de 2010

El tiempo y uno

Minuto cero.

“¿Te das cuenta, no? Llegas tarde a todos lados..! Llegas tarde a clases de italiano, llegas tarde al curso de observación del cielo… Y llegas tarde a las relaciones. Llegar tarde es una constante en tu vida… (espacio de muchos silencios)… No sé… Pensalo…”.

No. De ningún modo era un comentario para hacerle a una amiga a la que quiero mucho, un sábado a la noche, arriba de un taxi rumbo a una fiesta.

No sé si hay un momento oportuno. Salió así y punto. Después de todo, íbamos a una fiesta en la que difícilmente nos deprimiríamos por el comentario.

Tiempo atrás.

Creo que los años pasados en terapia terminan siendo útiles también para con los otros, además de ser útiles (a veces) para con uno mismo.

Mucho o poco, a mí me han servido. Y como “bonus track” al aporte personal, me ayudaron a desarrollar una herramienta que indiscutiblemente me sigue aportando en lo personal, aunque muchas veces lo haga en segundo grado.

La herramienta es “atención y análisis”. Son dos ítems, es cierto.
En mí se fusionan en una única herramienta.
Si estoy atenta y no analizo, de nada me sirve.
Si analizo y no estoy atenta, tampoco.

Atención es “la capacidad de aplicar voluntariamente el entendimiento a un objetivo, tenerlo en cuenta o en consideración”.

Y esos objetivos a los cuales voluntariamente les aplico el entendimiento, son las personas que afectivamente son importantes en mi vida.

Análisis es “la acción y el efecto de identificar, distinguir y clasificar diferentes aspectos integrantes de un campo de estudio, examinando qué relaciones guardan entre ellos y como quedaría modificado el conjunto si se eliminara o se añadiera algún aspecto a los previamente identificados”.

Para bien o para mal, se beneficien o me padezcan (me beneficie o me padezca), a veces –sólo a veces- tengo la mente lo suficientemente lúcida como para que algunas cosas que escucho o veo, me hagan el mismo ruidito que hacen las maquinitas tragamonedas cuando se da el cruce de imágenes y líneas necesarias para ganar. Es como si una providencia divina, me alquilara la mente y la amueblara con sus palabras.


Aporte de segundo grado.

Como si verdaderamente mi mente fuera un inmueble alquilado, cada vez que la inquilina providencia decide mudarse, me deja algo.
Por olvido, por capricho o por jodida.
No es difícil conseguir buenos inquilinos.

Eso que se olvida, no son ni más ni menos que la resaca de palabras de una “observación y análisis” anterior.

No sé si hay un momento oportuno. Quizás el momento sea cuando necesito redecorar la mente.
Si sé que en algún momento, eso que quedó por ahí, me molesta hasta que logra iluminarme. Hasta que logra aportarme.


Alarma.

Conversaba con mamá en el colectivo. Ambiente y situación difícil de relacionar con el resultado posterior a la charla.

Así fue como “de la nada”, me aplastó el aporte de segundo grado con todo el peso de lo que trae aparejado.

“Antes no escuchaba la alarma del despertador. Ahora la escucho, pero muchas veces sigo durmiendo”.

Claro. Clarísimo. Hacerme la distraída ya no era una opción posible.
Mentirme tampoco.
La única opción que me quedaba era hacerme cargo de lo que acababa de enunciarme y que tenía que ver con lo que me aturdía la cabeza por esos días.

No era la primera vez que habiendo escuchado la alarma, seguía durmiendo. Quizás la diferencia es que algunas veces las alarmas sonaban como campanitas y otras eran timbres, pero definitivamente esta vez la alarma fue una sirena de alerta máxima.

Y yo seguí durmiendo.
No muy conciente pero tampoco en ausencia absoluta de conciencia. La sensación era similar a la que se siente en “ese ratito” que te quedás haciendo fiaca en la cama, casi dormida, casi despierta, sabiendo que vas a llegar tarde pero no mucho.

La alarma sonó. Con mayor o menor intensidad.
Yo elegí seguir durmiendo.
Ahora sé que a veces suenan las alarmas y yo sigo durmiendo.
Ahora lo que me queda es saber por qué elijo seguir durmiendo.


Uno y el tiempo.

No puedo dejar de relacionar las situaciones. Tanto en el caso de mi amiga como en el mío, el factor común es el tiempo.

El tiempo y uno.
Uno y el tiempo.

Dos comentarios casi inocentes, detonaron la observación y el análisis de tan sólo dos de todas las relaciones que nos vinculan con el tiempo y nos dejaron la puerta abierta para revisar lo que a cada una le corresponda. O al menos, tenerlo en cuenta.


Cuestiones Finales.


¿Cómo nos relacionamos con el tiempo? ¿Qué nos pasa con el tiempo?
¿Siempre sentimos que nos falta tiempo? ¿Es cierto que siempre nos falta tiempo?
¿Qué hacemos durante el tiempo libre?
¿Quiénes participan en nuestro tiempo libre?
¿Nos aburre tener tiempo libre? ¿Nos genera vacío el tiempo libre?
¿Llegamos siempre tarde? ¿Llegamos siempre temprano?
¿Llegamos a tiempo?
¿El tiempo se nos pasa más rápido que el tiempo real? ¿Se nos pasa más lento? ¿Se nos pasa en tiempo real?
¿Cuánto es mucho tiempo? ¿Cuánto es poco tiempo?

Las relaciones que mantenemos con el tiempo son infinitas como el tiempo mismo.
El tiempo es infinito.
Nosotros no.

Quizás valga la pena hacerse un tiempo para pensar cómo nos relacionamos con el tiempo.

Es tarde. Es tiempo de irme a dormir.
Mañana sonará la alarma y cuando la escuche, quizás siga durmiendo.

Y será ese el momento oportuno para preguntarme por qué sigo durmiendo.

NatpuntoG.
(domingo 25/10/2009)



(N de la R: esta reflexión es parte de una de las historias que técnicamente deberían formar parte de “Si te desvisto…”. Es la historia que nunca hubiera querido vivir, ni siquiera para contarla. De hecho, no la voy a contar. En lo personal fue la peor historia en lo que respecta a relaciones y casi diría que uno de los peores momentos de mi vida, además de las enfermedades y la muerte de seres muy queridos –claro está- y con la gran diferencia que en los últimos dos casos, las situaciones ocurren más allá de la voluntad humana.)

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