Desde hace un tiempo esta sentencia ronda en mi cabeza. Creo –incluso- que lo he comentado con algunos amigos.
Viajando por motivos laborales conocí ciudades que están en otros países. Más precisamente, en países que integran la lista de los que llamo “destinos SB”, es decir, “Sin Bidet”.
Es casi inevitable llegar a destino y una vez dentro de la habitación del hotel, recorrer el ambiente para descubrir todo lo que conforma ese hogar de tránsito en el que viviremos algunos días.
Y es inevitable también, abrir la puerta del baño y encontrarse con ese vacío de los baños sin bidet. A veces se nota mucho más la falta porque sobra espacio. Otras veces el espacio es mínimo y sin embargo, la mirada se siente incompleta.
Más allá de cualquier comentario sobre la utilidad del bidet y las formas en las que se puede reemplazar su falta, no pretendo llevar el relato a situaciones que rondarían lo escatológico.
Lo cierto es que en uno de esos viajes, después de abrir la puerta del baño y notar que “acá tampoco usan bidet”, me puse a pensar en qué era lo que más me molestaba de esa situación.
Sin lugar a dudas, la falta de bidet hacía que ante mis ojos, el baño me mostrara su carencia. Y quizás -¿por qué no?- también la mía.
“El baño sin bidet está incompleto. Al inodoro le falta su par. El baño sin bidet es la soledad. La soledad de pareja”.
A partir de ahí, los pensamientos se sucedieron unos tras otros.
El baño es –quizás- la parte de la casa que más representa la condición humana. El elemento principal que conecta esta idea es el espejo.
En todo baño hay un espejo (aunque sea uno de esos redondos, que basta colgarlos con un clavo). Y también los hay en nuestras vidas. Todos tenemos al menos un espejo en el cual mirarnos. No importa (para el fin de este texto) la distorsión ni el vínculo: siempre hay una mirada ajena que nos devuelve una parte de nuestra imagen.
Las relaciones que cada uno establece con el espejo de su baño tienen que ver con el aspecto social de la vida. Frente a ese espejo real es adónde uno se ubica para dar una mirada anticipada de lo que los demás verán –en lo externo- cuando salimos al mundo. Revisamos el peinado, el maquillaje, la palidez, la barba. Notamos la mirada triste o la sonrisa espontánea. Ensayamos muecas y nuevos peinados. Todo lo que hacemos frente al espejo real del baño tiene que ver con la imagen externa con la que nos vincularemos desde lo social.
También en todos los baños, hay una bañera o ducha. Y es aquí adonde ponemos –en principio- el cuerpo. Pocas cosas hay más simples y placenteras que una ducha. La fusión que ocurre en la ducha hace que eso tan simple, conecte casi todos nuestros sentidos. El rumor del agua, su tacto con la piel, el olfato atrapado en la espuma del jabón, los ojos por momentos cerrados…
Todo el cuerpo y los sentidos puestos ahí. Y sin embargo, una buena ducha nos limpia el alma y nos acomoda las ideas. No han sido pocas las veces que mientras me lavo la cabeza, se me ocurre algún pensamiento. Como si las ideas estuvieran desparramadas en el cabello y al revolverlo se mezclaran entre sí.
¿Quién no piensa mientras se ducha? Quizás la ducha sea el lugar en el que nuestro cuerpo está más “a resguardo” y por eso tenemos esta libertad para pensar en lo que se nos venga a la cabeza en ese momento. Qué diferentes serían algunas situaciones en las que también ponemos el cuerpo, si pudiéramos tener esa misma sensación de cuidado que experimentamos en la ducha, ¿no?.
No sé por qué pero mientras escribía se me ocurrió que la ducha es al baño lo que la familia y los amigos son a nuestra vida. Seguramente, la relación tiene que ver con el bienestar que –en general- nos aportan esas relaciones. Al igual que una buena ducha.
Siguiendo con las partes que integran el baño, llegó el turno del inodoro. No me costó asignarle un rol. Aunque la imagen pueda resultar impresionable, el inodoro somos nosotros, en nuestro yo individual. Es el cuerpo, la mente y el alma, en unidad. Esto que digo me recuerda a un conocido chiste que circulaba hace años por mail en el que las partes del cuerpo se disputan jerarquía. Cada una con alguna razón, parecía ser la más importante. Finalmente, se enfrentaban el cerebro y el culo y terminaba siendo este último quien ostentaba la importancia máxima en lo que a la función corporal se refiere, sosteniendo que su “no funcionamiento”, hacía que todos los demás órganos lo padezcan.
Casualmente, el punto de conexión que hombres y mujeres tenemos en común con el inodoro –como elemento físico del baño- es el culo. Y siguiendo la línea del chiste que les comenté, el culo es lo que hace que todos los demás órganos de nuestro cuerpo funcionen a la perfección.
No caben dudas. El culo es la frontera con lo externo. De ahí para adentro, estamos nosotros. Solos y haciendo lo mejor que podemos para equilibrar el cuerpo, la mente y el alma.
El inodoro tiene que ver con la necesidad, el exceso y la satisfacción. Hay una frase de Luis Pescetti (a la que denominó “Principio del éxtasis urinario”) que dice: “Lo que hace que hacer pipí sea un acto común o la más maravillosa de las experiencias sensoriales es la distancia a la que queda el baño”. Y acá es cuando –asimilando el baño a la condición humana y el inodoro al “yo” individual- me pregunto: ¿A qué distancia estamos nosotros, de nosotros mismos? Para que nuestra vida sea maravillosa, quizás sólo sea cuestión de saber acortar la distancia que nos separa del “yo” (inodoro) cuando empezamos a notar que nuestras necesidades (internas, individuales) nos están llamando la atención.
Y por fin, llegamos al bidet. Compañero –como nadie- del inodoro. No existen baños con bidet y sin inodoro. Por eso es que en esta idea de tomar el espacio físico del baño como representativo de la condición humana, el bidet representa a la pareja, al sujeto amado. Sin inodoro, no hay bidet. Sin yo “inodoro”, ese otro “bidet”, no tiene razón para ocupar ese espacio.
Sin embargo, ante la falta de ese otro “bidet”, el yo “inodoro” mantiene su condición y enfrenta la vida de la manera que puede.
Algunas veces lo sustituye con métodos alternativos y diversos, otras veces niega que su existencia sea necesaria y algunas otras sufre y llora, deseando uno para su vida, como si el mundo supiera que le falta y lo señalara por tener el culo sucio.
El inodoro y el bidet son pareja. Se complementan.
El bidet –y pido perdón aquí por lo escatológico de la imagen- es el único que logra entrar en intimidad con el exclusivo punto de contacto exterior entre nuestro “yo” y el resto del mundo. (Sí, me refiero al culo).
Así es como el éxito de la pareja dependerá de lo que experimente el punto de contacto de nuestro “yo” individual con lo que el bidet tiene para ofrecernos: la potencia del agua (el potencial del otro), la temperatura (calidez personal) y la estabilidad (mental) con la que está adherido al suelo. ¿Nunca se sentaron en un bidet y notaron que estaba medio despegado del piso? Si lo hicieron, seguramente coincidirán en que trataron de terminar de usarlo lo más pronto posible. Lo mismo tratamos de hacer (la mayoría de las veces) cuando nuestro yo “inodoro” se encuentra con ese otro “bidet” y advierte que está un poco despegado del piso: terminar lo más pronto posible. Bien vale aclarar que el término “uso” aplica en la versión física y real del bidet. Grave error de nuestra parte sería aplicar el término a su versión representativa de la condición humana.
Repasando.
El espejo es lo social universal. La ducha es la familia y los amigos. El inodoro somos nosotros como individuos. Y el bidet es la pareja.
Nuestro baño está completo.
Si no hay espejo, ducha o inodoro, es posible que ni siquiera lo consideremos como un baño.
En cambio si no hay bidet, el baño es igual un baño. Y debe lidiar con esa falta que lo atraviesa en lo más íntimo. Debe lidiar con su soledad.
Así es al derecho.
Dicho al revés, la soledad es un baño sin bidet.
NatpuntoG.
domingo, 29 de enero de 2012
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Me encantaron las metáforas, aún las escatológicas.-
ResponderEliminarUn gusto leerte en más de 140. Volveré y seré impresiones.-
Tal vez por razones de género, tal vez por ignorancia, nunca fui un devoto del Bidet y no puedo sentir su presencia o ausencia con la misma intensidad. Sin embargo, tengo gran capacidad para la empatía y puedo vibrar con estas analogías bañeriles, si se me permite el neologismo y si no también, porque ya está escrito y no puedo ni quiero volver atrás.
ResponderEliminarLa soledad es una fantasía de la mente.
La compañia también, pero eso ya excede los alcances de este comentario.
Abrazo
Y yo que cuando era chico no teníamos baño adentro! Será por eso que soy un obsesivo-compulsivo neurótico que sufre de insomnio y colon irritable?
ResponderEliminarMi vida es un bidet, hace agua con la excusa de lavar mierda...
ResponderEliminarSe te extraña. Nada, eso...
Si amar sin ser amado es como lavarse el c... sin haber cag... , no me cierra la ausencia del bidet en la amorosa metafora.
ResponderEliminarSolo eso...
Estimada Nat, podrías por favor comunicarte conmigo? Había compartido esta publicación en mi página de facebook y como me sancionaron quisiera saber si te había ocasionado algun problema. En caso de ser así, te pido disculpas, ya que no era mi intención utilizar tu material sin permiso, simplemente me pareció muy interesante y alineado a nosotros. Me gustaría conocer tu feedback, muchas gracias. Podrías escribirme al mail disenador.accion@gmail.com. Allí te paso todos los datos, no lo menciono aquí para no hacer publicidad sin tu permiso. Saludos!
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